El gran libro de los Proverbios es la Palabra de Dios más útil. Así lo reconocían muchos de los eclesiásticos de la antigüedad. Este libro es atribuido tradicionalmente a Salomón y a los dictados de su sabiduría, recogidos en la memoria de la tradición oral y puestos posteriormente por escrito.
Ciertamente muchos de sus dictámenes están llenos de lógica, sencillez y elocuente belleza. Nos llaman la atención porque son referentes para nuestra vida, e incluso son capaces de poner en palabra aquello que ya hemos experimentado. Pero el autor del libro de los Proverbios lo tiene claro: si sus afirmaciones son auténticas es porque provienen del mismo Dios. No son mero recopilar sabiduría humana, “porque el Señor es quien da sensatez, de su boca proceden saber e inteligencia”.
Hoy la palabra de Dios nos ofrece un examen de conciencia muy particular. Cabe preguntarnos: ¿Qué nos ha tocado por seguir a Cristo? ¿Qué hemos recibido por adherirnos a su persona? ¿Que nos ha aportado tener este encuentro personal con él?
Pedro se lo cuestiona en el evangelio y le pregunta a Jesús: ¿qué nos va a tocar por dejarlo todo y seguirte?
A un profesor de religión amigo mío le ocurrió que terminando el curso escolar, una chica de bachillerato se le acercó al final de la última clase y le confesó en privado: “tengo que darle las gracias” -le dijo- “porque cada vez que salgo de sus clases siento que se eleva mi humanidad y tengo deseo de ser mejor persona”. Aquel halago le gustó mucho pero rápidamente se dió cuenta de las gracias a Dios que tenía que dar toda su vida por ser portador de este tesoro escondido, de esta perla valiosa de la sabiduría de la fe.
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